Análisis Fílmico
Las imágenes introductorias nos conducen de noche por los oscuros caminos que ilustran el carácter pesadillezco que aviva el grueso de la película. Una limusina. Excelencia –dice el chófer al abrir la puerta para que la aristocracia baje como el Estado manda. Es Fernando Rey, ó, Don Rafael, máximo representante de su grupo, frente a los del otro lado del muro: la servidumbre. Un segundo hombre, el Señor Thévenot, coge del brazo a su cuñada, Florence, la joven, como quien tira de la correa de un animal. Ella, incómoda, se evade de él, separándose, acelerando el paso. No contento, le advierte con el dedo índice. Esto ha provocado risas condescendientes en los demás. Inés, la sirvienta abre la puerta de la casa. Excelencia –dice ella. Oh, Don Rafael –dice, Alice, la anfitriona, la Señora Sénéchal, sorprendida ante el malentendido con el día de la cita. Florence vuelve a evadirse; se separa de espaldas al grupo mientras observa con inocente inquietud el decorado del salón. Queda en Primer Plano (PP), encuadre multiescalar respecto al grupo, en segundo término, en escala de Plano Medio Largo (PML). Una de las definiciones de ‘burgués’ se refiere a alguien sin inquietud. Mas el porvenir de la muchacha todavía respira cierta jovialidad, así como probaremos de su curiosidad por la astrología, origen de la Ciencia. Inés coge el ramo de flores que traen los invitados, hasta que Florence lo recupera rápidamente alisando un par de arrugas y abrazándose a él. Gesto que, frente a la burguesía que dejó la crianza de sus hijas e hijos a niñeras para abrir boutiques de sombreros y tocados, revela cuidado directo. Inés se torna de cierta manera despreciativa por ese gesto que parece señalar un camino donde la definición de estamento ve un muro. Y se mantiene, Inés, entrometida en la conversación de grupo; con el acierto fotográfico de proyectar su sombra agrandada en la pared, símbolo de omnipresencia figurada.
La transición al siguiente escenario se hace mediante cierre y apertura por desenfoque y enfoque; técnica usada en esta película para las transiciones entre secuencias de breve elipsis temporal.
Un restaurante aparentemente cerrado. Una camarera que insiste en que entren. Leyendo la carta sentados a la mesa, un camarero cruza el comedor con dos cirios. La mencionada inquietud de la joven la pone en pie. Para persuadir a Alice de su aprensión por el lugar, Thévenot anuncia que va a pedir champagne para alegrar la noche. Pero unos llantos las alarman: tras unos biombos se está velando la muerte del propietario del restaurante. Ya no hay cena.
El exterior tras las rejas de La embajada de la República de Miranda. Un zoom in nos acerca a la ventana del gabinete de Don Rafael; que corta a un travelling out, desde la ventana, por el interior de la dependencia.
Los zoom in que cortan a travelling out son las herramientas de transición que, en ‘El discreto encanto de la burguesía’, añaden dinamismo al montaje y, sobretodo, expresan intersubjetividad: puente entre la subjetividad y la objetividad que, en un continúo ir hacia fuera e ir hacia dentro, nos mueven al pensamiento literario de la vigilia a lo onírico.
Don Rafael ojea una revista. Esa es su ocupación gubernamental. Luego recibe a sus amigos, el Señor Thévenot y el Señor Sénéchal, listos para realizar la primera entrega monetaria del tráfico de narcóticos que les concierne. Justo en ese momento, Don Rafael avista a una terrorista vendiendo perritos de juguete en la puerta de la embajada, y la ahuyenta a tiro de rifle. Varios zoom in y zoom out, movimientos ópticos, añaden mayor violencia a la acción. Ahora hablan sobre el tráfico de drogas, pero el sonido del tráfico de vehículos se superpone al diálogo: el tráfico en sí no es anecdótico, es, de hecho, un asunto, desde el punto de vista administrativo, cada vez más grave.
Por fin, el almuerzo del sábado. El Señor Thévenot vuelve a acelerar el paso de su cuñada, Florence. Los anfitriones, los Sénéchal, a pesar de la cita, quieren practicar sexo. Bien. Don Rafael trata a Inés, la sirvienta, con sequedad, ella reacciona sutilmente. Luego va a avisar a sus jefes. Pero Alice, la Señora Sénéchal, es descrita como un personaje lascivo; y, como su marido critica que durante el sexo ella grita mucho, prefieren bajar por la enredadera de la pared bajo la ventana para hacer el amor a escondidas. Aunque Inés, a quien ya citamos como omnipresente, los descubre. Abajo, en el salón, la Señora Thévenot se mete con su hermana ante Don Rafael. Florence se defiende, dejándola en evidencia; lo que Don Rafael disimula fingidamente. A parte, François Thévenot, se ha empeñado en dar lección sobre cómo se prepara y desgusta el Martini según la moda, para lo que no duda en pedir al chófer del embajador, quien ya iniciaba su momento de recreo, que los acompañe a disfrutar de una copa para, convirtiéndolo en conejillo de indias, servirlo de ejemplo a cerca de cómo debe no beberse el refrigerio. Seamos indulgentes, porque como persona del pueblo no ha recibido educación –dice la Señora Thévenot mirando cómplice a su hermana. Ningún sistema podrá darle jamás al pueblo el refinamiento deseado, pero, ya me conocéis, yo no soy un reaccionario –añade Don Rafael.
Por último para con los invitados, la ausencia de los anfitriones les alarma de que puedan ser víctimas de una hipotética redada policial, así que se van.
Monsieur Dufour, obispo de la diócesis, entra en la casa y, para falsear la escala en el encuadre con Inés, se sienta sobre una pila de dos cojines. Luego, vestido de jardinero, es echado de la casa por el Señor Sénéchal. Así que vuelve con su hábito y crucifijo de oro para pedir ser el jardinero de la casa.
– ¿Cuándo quiere empezar a trabajar?
– De inmediato – responde Dufour, quitándole al señor una brizna de hierba del pelo.
El guión del film es una no-trama antiestructurada que sigue un patrón circular complicado por el absurdo y la sátira dentro de un estilo superantinatural. Encadena una serie de acontecimientos que ridiculizan las costumbres burguesas, sexuales y políticas, y la idiota ceguera del principio no cambia ni al final.
Los personajes podrían ser libres de moverse a la deriva pero, incluso por el campo, siguen el conducto asfaltado. Esta escena ilustra una elipsis de mayor temporalidad.
Florence se inquieta por la manera en que el violonchelista está tocando: ella percibe con connotación sexual el frotar las cuerdas.
Un travelling in nos acerca hasta el PP de un teniente melancólico. El camarero vuelve sin el pedido, anunciando que se acaban de quedar sin té. Piden café. Entonces el militar se sienta con ellas para preguntarles si han tenido una infancia dichosa, a lo que Florence comienza a enumerar los complejos que padeció hasta que el teniente la interrumpe secamente para, con un travelling in hacia él, relatarnos su trágica infancia: su padre no era quien decía ser y tuvo que matarlo, por mandato de su madre muerta que se le aparece fantasmalmente para indicarle cómo. Entretanto, el niño que fue juega por el pasillo a pesar de su uniforme militar recién confeccionado. Tampoco queda café –vuelve a anunciar el camarero.
La Señora Thévenot se llama Simone. Y ahora que por fin nos dan a saber su nombre, se nos revela también que es infiel a su marido con Don Rafael. En esta escena sí podrán sentirse satisfechos. Es broma. También es frustrada porque François Thévenot se presenta donde Don Rafael justo en el momento en que iban a follar. François se separa de su amigo cuando descubre que su mujer está por la casa, generando una multiescala que añade tensión visual a la acción. El embajador se asoma a la ventana para observar como François castiga a Simone, lo que le vale para avistar también a la terrorista entrando a su edificio, adelantándose a ella para, por la espalda, obligarla a rendirse. Estás mucho más capacitada para hacer el amor que para hacer la guerra –dice Don Rafael a la rebelde mientras la manosea registrándola para hacerla entrar a casa, donde tira varios objetos en señal de su rebeldía violenta, y cita a Mao Tse-Tung; palabras a las que se superpone una sirena militar haciéndolas inaudibles. No no, en eso no estoy de acuerdo –replica Rafael-. Si Mao dijo eso es que malinterpretó a Freud. Cuando reflexiono diciendo.. “La única solución a la miseria y el hambre es la solución militar.” Obviamente, para la clase acomodada la solución a los problemas estriba más en el psicoanálisis de diván que en la militancia social, que les haría salir (poco airosos) de su cómoda situación. Rafael anima a la rebelde a ser una buena ama de casa en vez de una guerrillera. Ella se aburre ante el discurso sexista.
¿Qué es el IWM? Es el Movimiento Internacional de Mujeres, y su símbolo es este: dedos índices y pulgares dibujan una vulva. Me parece igual de absurdo que los demás –continúa Florence, vestida de rosa-: fascista, comunista, victoria, y cristo es nuestro señor. Y morituri te salutant –añade Don Rafael bajando el pulgar. Auque, en un sentido iconográfico, el del IWM es el más representativo.
Un pelotón de caballería irrumpe en el salón cuando parecía que por fin iban a poder disfrutar de la cena tantas veces postpuesta. El oficial comparte marihuana entre los presentes, defendiendo su consumo. Y es a partir de aquí, con el psicoactivo, cuando la narrativa viaja a través de los sueños.
Cuando se sientan a la mesa la cena se ve frustrada porque llegan órdenes del alto mando para que el pelotón comience sus maniobras, pero, antes, el mensajero nos inicia en el viaje de los sueños, relatando uno propio que narra su experiencia como muerto.
Cuando Lázaro volvió del Reino de los Muertos no tenía ningún recuerdo –sermonea Monsieur Dufour justo antes de que los bombardeos se hagan con la zona, estruendo por el que el Coronel vuelve a la casa para disculparse. Oh, no se preocupe, es completamente normal –responde el Señor Sénéchal. Vengan a mi casa a cenar –añade el Oficial del pelotón. Y van. La dirección se encuentra en un edificio en obras; el interior de la casa es un decorado teatral, con paredes pintadas y con la comida y la bebida de atrezzo. Sube el telón y se descubren a sí mismos en el escenario ante un público que les abuchea por quedarse en blanco, a lo que el apuntador, como la voz de un Dios, dicta el texto al Obispo: Y para mostrar vuestro valor habéis invitado a cenar con vos al comendador –repite Dufour. Ahora voy a citar a Pedro García Olivo: Quienes ayer se entregaban a la tortura de la puesta en escena, disfrutarán mañana del placer de la improvisación o no harán nada. Los personajes huyen despavoridos. El señor Sénéchal repite la última línea de texto que le sopla el apuntador antes de escapar del escenario él también: Y para que crean que ha asistido a este banquete, nos han adormecido con un narcótico –balbucea sudando. Mas el ridículo se trata de un sueño, claro; Sénéchal despierta en su casa. Su mujer, Alice, disfruta de un concierto de música clásica.
– ¿Cómo está la situación en la República de Miranda?
– Todo en calma.
– ¿Y los guerrilleros?
– Ya son parte de nuestro folklore.
– Tienen algunos estudiantes bajo arresto.
– Son gente joven. Necesitan divertirse. Pero hay que aplastarlos como a moscas.
– La distancia entre ricos y pobres se ha agrandado.
– Oh, no, nuestro país está en plena expansión económica.
– ¿Y los sobornos?
– Ahora vivimos en una verdadera democracia y la corrupción ya no existe.
– La alta tasa de homicidios per capita…
Pero la diplomacia se desgasta y el embajador se caga en todo el Ejército Francés, matando de tres disparos al Coronel.
François Thévenot despierta del sueño en que ha experimentado que el señor Sénéchal soñaba. Simone, en la cama contigua, lee un libro. La burguesía no se ha visto cara a cara con el ejército.
Del asfalto donde camina el grupo en la escena de transición por elipsis de mayor temporalidad, a las flores que Monsieur Dufour cuida en el jardín de los Sénéchal. Una mujer que detesta a Jesucristo acude a la casa preguntando por un cura que de la absolución a un anciano moribundo. Se trata del antiguo jardinero y asesino por venganza que dejó huérfano a Dufour. Un dios tan bueno, tan dulce –exclama Monsieur a la mujer antes de no dejarla revelar porqué detesta a Cristo.
La cámara está en el eje del enfermo hasta el momento en que Dufour empieza a sospechar que pueda tratarse del antiguo jardinero de su familia, en que la cámara comienza a bordear la cama hacia el campo del cura. El enfermo le enseña una foto y, plantándose la cámara en el eje de Monsenior, éste se reconoce en ella. Tal cual narró a los señores Sénechal acerca de la violenta muerte de sus padres todavía latente en su memoria, ahora se encuentra con quien los asesinó. Le da la absolución y reza un padre nuestro. En la imagen del PG, se ve sobre la sombra de su sombrero lo que parecen dos cuernos diabólicos. Le dice que la paz sea con él y, cerciorándose de que no hay nadie más por allí, lo mata a disparo de rifle.
Rafael, hay rumores de que serás nombrado ministro –sonríe Alice después de que el embajador los invite por vacaciones a la República de Miranda. La policía realiza una redada. ¿Rafael Acosta? Sí. Todos detenidos; las mujeres también –apura el Inspector Délécluze.
La cámara, que hasta ahora se había situado a altura de la vista, estuviesen los personajes de pie o sentados, durante la redada se coloca en un plano superior, por encima de ellos, con ligero ángulo picado, y en el eje de los policías, quienes, igual que la cámara, pasan por alto la reclamada inmunidad diplomática y el derecho a un abogado. De la misma forma, una vez en el calabozo, la cámara sigue estando con los policías y no con los burgueses, así como también éstos pasan de largo de sus quejas y exigencias.
El Inspector Délécluze sueña que un fantasma libera a los burgueses corruptos presos. Al despertar, en travelling out por la idea de intersubjetividad, el Ministro del Interior lo llama por teléfono dándole la orden de que, efectivamente, los libere. Délécluze pide explicaciones reclamando que ya están fichados. Cuando el Ministro se las da, se superpone el sonido de un avión: el tráfico de drogas lo realizan por vía aérea. Délécluze se subordina y finge comprender un motivo legal. Cuando el Inspector releva la orden de liberación de los presos al Sargento y éste pregunta el por qué, también se superpone el sonido de la máquina de escribir: con la que tendrán que redactar el informe falso que cierre el caso.
Como en la primera escena, regresamos al exterior-noche de la mansión de los Sénéchal. Y, como si la luna se trasladase a gran velocidad, las sombras proyectadas sobre la fachada descienden rápidamente: en sus legislaturas el tiempo apremia, y a eso parece reducirse la diplomacia.
El último sueño corre a cargo de Don Rafael, contacto del Ministro que los ha liberado. En éste capítulo onírico todos mueren en manos de unos gansters que asaltan la casa cuando por fin parecía que iban a culminar la cena que dio arranque al relato. Rafael despierta y, como en su sueño, en el que bien podría decirse que es la gula lo que lo delata hasta la muerte, come como un cerdo.
Los personajes siguen su camino en línea recta. Sobre el asfalto.
Joaquín Regadera (Cineasta)