Aún recuerdo aquel día en el que, con tan solo cuatro o cinco años, tuve que salir a la calle para avisar a una vecina. El menor de mis tres hermanos pequeños se había hecho caca en el pañal, lloraba y yo no sabía cómo calmarlo. Mis padres me dejaron al cargo de ellos por ser la mayor. Casi con toda seguridad, su salida de casa fue fruto de una emergencia.  

Son muchos los padres que llevan a sus hijos a asumir responsabilidades para las que todavía no se hallan preparados. Los primogénitos suelen ocupar ese puesto de ‘honor’, por el cuál luego sus hermanos les envidian y rivalizan con ellos. Ese supuesto honor es unas veces, un dulce peligroso, otras, una imposición forzada.   

En función de sus características de personalidad y de los lazos afectivos establecidos con los padres en la infancia, ese niño crecerá siguiendo un proceso de madurez emocional que le conducirá a ser totalmente responsable, a coger las riendas de su vida de modo totalmente consciente.  

Son muchas las personas que tras haber vivido una infancia en la que la asunción de responsabilidades que no se corresponden con su nivel de desarrollo, ni con su edad, al llegar a la juventud sienten un temor persistente e irracional a la responsabilidad y al compromiso. Se dicen a sí mismos que ya han hecho suficiente, que ahora se merecen descansar, relajarse, desconectar de esa tensión que genera el tener que estar atentos para resolver problemas o llevar a cabo tareas para las que uno no se encuentra preparado. En su maleta, han acumulado durante los largos años de infancia y adolescencia, kilogramos de tensión, de nerviosismo, de inseguridad e incertidumbre al tener que realizar a ciegas ocupaciones de las que se deberían haber hecho cargo los adultos.  

¿Cómo superar ese miedo a la responsabilidad?  

Creer en uno, confiar en que podrás salir adelante con esfuerzo, con voluntad, te permitirá pronunciarte, dar tu palabra, comprometerte. Mostrando respeto a la palabra dada, por ti y por los demás. Siendo asertivo, afirmándote en cada paso que das. La palabra es el principio, la palabra es lo que nos hace personas. La palabra es tu ser y tu ser, tu dignidad. Si te respetas, podrás asumir responsabilidades, ganarás en tu sentimiento de seguridad personal y podrás comprometerte contigo y con las personas con las que te relacionas, ya sea en el ámbito de la familia, de la amistad o del trabajo.

Mª Nieves Martínez Hidalgo

Psicóloga Clínica / Psicoterapeuta Acreditada – https://nievesmhidalgo.com

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