Dicen las estadísticas que, a día de hoy, el número de niños y niñas diagnóticados con Déficit de Atención e Hiperactividad ha aumentado de forma alarmante. Hay voces críticas que defienden que la justificación de la progresión ascendente de esta nueva etiqueta diagnóstica proviene de un ‘invento’ de las empresas farmaceúticas que ven multiplicados, con gran entusiasmo, sus altos beneficios económicos. Sin embargo, padres, profesores, psicólogos y psiquiatras aportan testimonios de la existencia de este cuadro clínico.
Si uno se detiene a reflexionar sobre el tema, cabe preguntarse acerca del porqué de este aumento en el nivel de excitabilidad y de dispersión de la atención en los alumnos del siglo XXI. Y podría contestarse que, casi con toda seguridad, el origen de esta moderna patología se halla, fundamentalmente, en factores sociales y familiares.
Por un lado, vivimos en una sociedad que nos impone un ritmo de vida vertiginoso y estresante, basado en el trabajo, éxito socio-laboral y el enriquecimiento económico, como metas supremas. Se ha sobrevalorado el TENER por encima del SER. Ya no importa el desarrollo de la persona en completud, sólo importa el desarrollo de la persona en el ámbito de la formación profesional, su preparación maratoniana de cara a la ejecución de un plan de vida basado de forma exclusiva en los logros económicos.
‘Hijo, si no estudias, o si no eliges los estudios que tienen más salida profesional, no tendrás donde caerte muerto, acabarás debajo de un puente, no tendrás trabajo, no podrás comprar una casa, un coche, no podrás formar una familia. Tus hermanos o tus amigos llegarán lejos y tú te arrepentirás y sentirás envidia de todo lo que ellos hayan logrado.’ – Esta sentencia se repite como un eco en la cabeza de nuestros hijos y les domina en su toma de decisiones respecto a su futuro. Les dificulta obrar en libertad. Les conduce por caminos que les generan vacío, falta de sentido, infelicidad, desasosiego, angustia
Por otro lado, este afán del tener por encima del ser, afecta a esos padres y madres que deben trabajar tantas horas al día para conseguir dar de comer a sus hijos, para pagar el alquiler y dormir bajo techo, o para conseguir ese coche o esas ‘maravillosas’ vacaciones de cuatro o cinco días, que cuando llegan a casa, se hallan extenuados, agotados, con cero energía para dedicar esa atención adecuada, cálida, cordial, que necesitan sus hijos.
En numerosas ocasiones, son las tensiones ocasionadas por esta confusión de valores lo que desemboca en la construcción de un nido, frágil o con espinas, en el que el desarrollo evolutivo de los niños se hace difícil. En otras ocasiones, el nido se rompe por problemas de personalidad de los padres, por la falta de estabilidad emocional, por el abandono y/o maltrato de los hijos.
Cuando el nido está roto, ¿Cómo mantener la atención? ¿Cómo estar atento y centrado? ¿Cómo sentirte tranquilo y seguro para aprender a caminar por la vida cuando ese núcleo en el que habitas está deteriorado? ¿Cómo conseguir crecer en autonomía y libertad cuando no tienes referentes que te aporten seguridad? ¿Cómo hacerlo, cuando careces de esa paz que te hace avanzar sin miedo, que te lleva de la mano enlazado a ese cordón invisible que te permite alejarte del hogar, sabiendo que cuando vuelvas tus padres estarán dónde y cómo les dejaste?
Cuando el nido está roto, el niño se instala en un estado de alerta permanente, tiene que estar atento a todo, carece de la seguridad y la tranquilidad necesarias para poder aprender y crecer con naturalidad. Se siente continuamente preocupado por evitar el rechazo de los que le rodean, preocupado por evitar que sus cuidadores se enfaden, por evitar, en definitiva, el temido abandono. ‘Seré bueno, te lo prometo’ -Es una frase que los niños de hogares fríos o punitivos suelen repetir a sus padres o cuidadores, e incluso se dicen a sí mismos, cuando han sido castigados.
Es importante y vital para el desarrollo madurativo de la persona contar con el apoyo del núcleo familiar, con el cariño, el respeto, la libertad y el amor de los padres. Si el niño percibe las fisuras de los pilares de su hogar, siente ansiedad, surge el estrés, su atención se dispersa, no puede concentrarse, le resulta difícil focalizar la mente en una tarea concreta, porque tiene que ‘vigilar’, ‘estar prevenido, al acecho de posibles peligros’. Es el sistema nervioso simpático el que se estimula y predomina en situaciones de estrés, preparando al organismo para dar respuesta a situaciones de emergencia.
El niño que proviene de un hogar carente de amor, se encuentra solo como el cervatillo en mitad del bosque y, sabiéndose presa fácil, se siente asustado, desorientado y confuso ante el posible ataque de un depredador. Esta tensión llevada al extremo, puede conducir a una pérdida del contacto con la realidad, en el sentido de que el niño se evade del aquí y el ahora, refugiándose en un mundo de ensueño, mezcla de cuento y fantasía, cobijo en el que puede guarecerse hasta adentrada la madurez.
Cuando se produce una ruptura en los lazos afectivos padres-hijos, los niños sufren un trauma que tendrá consecuencias de por vida. Sólo el amor, la persistencia, la voluntad, la paciencia y la tolerancia podrán aliviar el daño ocasionado. La resiliencia será esa capacidad del niño de resistencia, de fortaleza, junto con los factores resilientes del entorno y de las personas y circunstancias en las que se encuentren. Si esos niños cuentan con unos padres o madres adoptivas o personas que lleven a cabo esa función paterna o materna, que les apoyan, que les comprenden y saben ponerse en su lugar, en ese lugar tan terrible como el de ser abandonado por los que te engendraron y te trajeron al mundo, podrá repararse ese trauma y establecer nuevos lazos afectivos, nuevos horizontes que les permitan mirar hacia el futuro, crecer de forma saludable tanto física como psicológicamente.
Mª Nieves Martínez Hidalgo
Psicóloga Clínica / Psicoterapeuta Acreditada – https://nievesmhidalgo.com