Sexualidad humana
El último Kauai O’o Bird sobre la faz de la Tierra canta para llamar a las hembras de su especie, antes de ser declarada una ave oficialmente extinta. El sonido de su canto está grabado en audio, pero no se recibió respuesta alguna por parte de ninguna Kauai O’o Bird.
La sexualidad animal suele explicarse sólo desde el biologicismo, mientras que la sexualidad humana, a partir de sus primeros asentamientos arquitectónicos, suele explicarse también desde la sexología, el psicoanálisis, la antropología y el taoísmo, porque la sexualidad humana es una cuestión sobre todo subjetiva.
El paradigma biologicista puede explicar algunos aspectos de la sexualidad humana, pero no todos. El paradigma biológicista es evolutivo y ha cambiado de estar centrado en la reproducción a articularse mediante el cerebrocentrismo, es decir, la identidad sexual.
El paradigma sexológico teoriza que la sexualidad humana es biográfica, de una dimensión incontrolable, subjetiva, sujeta a una interpretación personal ni cientificable ni estática, dotando al ser humano de un margen de acción personal o/y político.
Los sexólogos marcan una diferencia fundamental entre la erótica: las fantasías, aquello que nos excita y deseamos; y la amatoria: las distintas prácticas corporales sexuales. A su vez, señalan otra diferencia entre las fantasías: todo aquello real e imaginario que utilizamos para excitarnos pero que no es del todo materializable; y el deseo: aquello que sí podemos materializar del todo.
El paradigma psicoanalítico es probablemente el más completo y complejo de todos los paradigmas de la sexualidad humana. Considera que el deseo se encuentra en el centro de la neurosis y que pertenece a la dimensión simbólica, es decir, del lenguaje; mientras que ubica a las fantasías en la dimensión imaginaria, donde no se responde a un deseo ni a ninguna voluntad por materializar las fantasías en sí.
Hasta el DSM-III, el psicoanálisis fue el paradigma que guiaba a la psiquiatría, por su conocimiento clínico y psicopatológico.
El paradigma antropológico, a partir de Bronislaw Malinowski, cuestionó la hipótesis freudiana de la represión sexual en la infancia de la vida sexual de las personas salvajes, refutando el complejo de Edipo. Según la mayoría de antropólogos, la sexualidad humana no es una cuestión biologicista.
El estructuralismo de Claude Lévi-Strauss articuló de manera formidable la antropología con el psicoanálisis, haciendo coincidir numerosos puntos en común que resonaban entre sí, mientras que la sexología no terminaba de dar del todo en las claves fundamentales. Lévi-Strauss trasladó las teorías psicoanalíticas del tabú del incesto y de los sistemas de parentesco a la antropología.
La etnógrafa Margaret Mead comparó las diferencias culturales de los distintos sistemas humanos de género en dos contextos geográficamente aledaños pero culturalmente muy diferentes entre sí: no se trataba del clima ambiental sino que era una cuestión cultural.
El etnógrafo William Roscoe comparó ciento cincuenta sociedades amerindias y, al igual que Margaret Mead, llegó también a la conclusión de que las diferencias de género son culturales.
El paradigma taoísta es de índole tántrica y considera que la erótica es una cuestión mística, cuasi religiosa.
Dentro del paradigma taoísta, cabe destacar el placereado y la teoría del psicoerotismo masculino y femenino de Fina Sanz, con base en el tacto piel con piel y en la exploración teatral del contacto psicoerótico y físico.
El placereado reconoce que la piel es un órgano erótico y determina que se ha de empezar siempre por el tacto de la piel. La teoría del placereado parte de lo sagrado, es decir, de lo prohibido. Se trata de la prohibición en las primeras fases de intención coital de cualquiera de las prácticas genitales, con el objetivo de despertar el deseo, comprendiendo que las zonas más erógenas del cuerpo son los orificios: los orificios son los activadores del deseo. Según esta teoría, el deseo se activa desgenitalizando la sexualidad: estimulando la piel y el cuerpo.
Autor: Joaquín Regadera Martínez.