La medicación, a veces, es necesaria, otras muchas no. Hay situaciones críticas en las que puede resultar útil y beneficioso seguir las pautas marcadas por el médico de familia o por el psiquiatra respecto a su prescripción psicofarmacológica. Por ejemplo, cuando una persona presenta un trastorno bipolar, el litio, como estabilizador del estado de ánimo, permitirá que la persona viva sin esos altibajos emocionales y podrá integrarse con normalidad en su vida social y familiar. De todos, modos, en los programas de acompañamiento ante problemas mentales graves, el psicólogo tiene un rol primordial, incluso en el tema de la medicación, pues favorece la adherencia al tratamiento. El entrenamiento en habilidades cognitivas, de resolución de problemas y de comunicación asertiva, son herramientas que facilitan el logro de una mayor madurez emocional y un aumento de la confianza en uno mismo y en los demás y conducen a un mejor afrontamiento y gestión de los conflictos emocionales, personales y sociales hecho que contribuirá a prevenir las recaídas.

Cuando sólo tomamos medicación, intervenimos poco en nuestra mejora psíquica, afectiva y emocional. Nos convertimos en sujetos pasivos y ponemos en manos de la química algo de lo que podríamos responsabilizarnos nosotros mismos: nuestro propio bienestar.

En numerosas ocasiones, las personas que nos visitan nos dicen que han intentado evitar consultar al psicólogo porque consideraban que su salud mental era cosa de ellos,  que era una cuestión personal que sacarían adelante sin ayuda. Retrasan la petición de asesoramiento psicológico, unas veces, por un orgullo mal entendido o una autosuficiencia defensiva, otras, por miedo a que se les etiquete como personas débiles o trastornadas.

Se está sobremedicando a la población, a los niños, a los adolescentes… Hay niños que no son hiperactivos, no tienen el TDAH. Tenemos que aprender, por un lado, que los niños son niños y que algunos son más inquietos o ‘investigadores’ que otros y que el pasaje por situaciones dolorosas no es negativo, sino todo lo contrario, nos ayuda a crecer, favorece el aumento de nuestra tolerancia a la frustración y nos permite poner en práctica nuestra resiliencia o capacidad de generar los medios necesarios para resistir, adaptarse y fortalecerse ante situaciones de peligro y estrés mantenido en el tiempo. Si cuando un chico con fobia escolar llega a consulta se le recetan directamente psicofármacos, ¿estamos actuando de forma adecuada? En mi opinión, no. Y no lo digo porque mi profesión sea la de psicóloga clínica y no pueda prescribir medicamentos, sino porque lo primero que hay que hacer es un estudio de la persona que acude al profesional solicitando ayuda. En el caso del chico con fobia escolar, habrá que averiguar primero qué circunstancias han provocado que no quiera asistir a clase. Los factores pueden ser desde la existencia de acoso y violencia escolar, pasando por un cuadro ansioso-depresivo debido a problemas intrafamiliares o la existencia de limitaciones intelectuales que provocan frustración y aversión al estudio, entre otros muchos. Por eso, antes de extender la receta con varios psicofármacos, que en algún caso excepcional pueden ser necesarios, hay que escuchar con atención a la persona que nos consulta, sea niño, adolescente o adulto.

El oído es uno de los instrumentales más potentes que los clínicos podemos y debemos seguir utilizando de forma prioritaria si queremos realmente comprender y orientar a la persona que solicita nuestra atención.

Mª Nieves Martínez Hidalgo

Psicóloga Clínica / Psicoterapeuta Acreditada – https://nievesmhidalgo.com

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