Esta es la historia de dos príncipes llegados de asteroides lejanos. Habían sido enviados en misión especial: localizar El Amor, analizarlo y realizar un informe completo y detallado.

Un buen día, el destino quiso que Alberto y Martín, así se llamaban nuestros dos príncipes, se encontraran en un cruce de caminos. Muy ensimismados, intentaban averiguar en qué dirección debían encaminar sus pasos, aunque también ignorasen el punto de llegada a la meta. Ambos sabían que tenían que buscar algo llamado Amor, pero no dónde lo hallarían, ni qué forma tendría, ni tan siquiera si sería un objeto, un ser vivo o un lugar. 

Aunque no  se conocían, ni sabían nada de sus vidas anteriores, en cuanto sus miradas se detuvieron frente a frente, se sintieron intensamente atraídos el uno por el otro y, dejando a un lado sus pesquisas mentales, comenzaron a charlar con entusiasmo. Unas horas después, cuando ya casi anochecía, se cogieron de la mano y decidieron emprender un nuevo camino juntos. A lo largo de su travesía se fueron descubriendo y cada vez se fueron  sintiendo más próximos.

Los príncipes de nuestra historia viajaban, en apariencia, sin equipaje, pero bajo sus hermosas capas de seda portaban -bien escondidos- unos pequeños cofres que -realizados con una madera muy especial- sus antepasados les habían hecho llegar para que los abriesen en un momento que ellos sabrían reconocer como muy especial. Antes de emprender su viaje al planeta Tierra, les advirtieron que los senderos eran muy peligrosos y, por tanto, lo más prudente sería llevar oculto todo aquello que pudiese ser llamativo o de valor.

Los soles y las lunas se sucedieron y Alberto y Martín vivieron momentos de dicha, otros de intenso miedo, como cuando fueron rodeados por dos tigres, pero, con ingenio, siempre marchaban felices e ilesos.

Una noche de luna llena y cielo estrellado, uno de los príncipes se despertó al escuchar una voz que surgía de su interior y le decía muy bajito que había llegado el momento de abrir su cofrecillo. Sin avisar a su compañero de viaje se dispuso con gran emoción a ello. La madera crujía y desprendía olor a sándalo, y, ¡qué maravilla! de su interior salieron telas, óleos, aceites y pinceles. Esa noche, Alberto soñó que pintaba El Amor, el amor que sentía por Martín, su príncipe, sobre un bello lienzo azulado. Y el sueño se hizo realidad, pues a la mañana siguiente, su amado amigo y compañero de viaje le tenía preparada una grata sorpresa. Bien entrada la noche, ya casi en la alborada, Martín también había sentido que estaba preparado para abrir el cofrecillo que con tanto cariño le habían entregado sus padres. Con cuidado alzó la tapa y con las notas musicales que, alegres, saltaron de su interior, compuso para Alberto una bella melodía que entrelazó con armonía sus vidas para siempre. Y así fue cómo ambos descubrieron lo que era El Amor.

Mª Nieves Martínez Hidalgo

Psicóloga Clínica / Psicoterapeuta Acreditada – https://nievesmhidalgo.com

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