Principalmente, la depresión se debe a la complejidad de las oportunidades sociales. Porque esta complejidad nos provoca incertidumbres de futuro, con base en que no sabemos del todo si los conocimientos que hemos adquirido en el pasado nos serán suficientes para seguirle el ritmo a un mundo cambiante o no.  

Sacrificar el presente por el futuro, cultivándolo para obtener sus frutos, da seguridad pero no felicidad. Porque el efecto secundario de sacrificar el presente es la ansiedad. La ansiedad engendra una inestabilidad ética que nos hunde y nos ahoga en dudas existenciales. Y en este hundimiento se deforma la perspectiva nihilista de un pensamiento que, si estuviese sano, restauraría la jovialidad del devenir.  

Lo que hace que la vida sea significativa es precisamente esta restauración de la jovialidad. Y se hace significativa de manera proporcional a las responsabilidades que se asuman en todas aquellas situaciones del mundo exterior en las que se participa. Porque estas responsabilidades son las que nos protegen de los sentimientos de aislamiento y penuria, de escasez y miseria, de tacañería y mezquindad, sentimientos de desgracia en general.  

Otra de las causas de la depresión es la mala alimentación, sustentada en carbohidratos y azúcares, en lugar de nutrirse de una buena complejidad de minerales, vitaminas, grasas y proteínas. Si por cada célula humana tenemos en nuestro cuerpo cien células bacterianas, hay que cuidar bien la flora intestinal, porque el microbioma intestinal produce muchos químicos neuronales que intervienen en la regulación de nuestro estado de ánimo. Por ello hemos de evitar que nuestras bacterias intestinales se hagan adictas a los carbohidratos y a los azúcares, provocándonos antojos insanos que no hacen sino incentivar el crecimiento de este tipo de bacterias que interfieren en la química de nuestro estado de ánimo.

Joaquín Regadera (Cineasta)

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