Ilustración: El libro rojo de C.G:Jung

La historia de nuestra vida empieza en el primer detalle que recordamos de ella. Este podría ser un detalle cualquiera, por mucho que nuestra historia se hubiese enredado en la madeja de la vida antes de ese primer recuerdo. Y, debido a que el pasado de una persona se inscribe en sus genes -cuerpo y psique-, nuestra historia no tiene realmente un inicio. Me refiero a que no tiene un inicio concreto o definible, porque éste ha de estar nebulosamente diluido por el tiempo, por los siglos. Sin embargo, puede que sí haya una meta. Un argumento para la vida. El mismo argumento para la vida que los ascetas llaman causas espirituales, y que filósofos del lenguaje como Ludwig Wittgenstein investigaron con base en la idea de un lenguaje privado, a pesar de que él mismo terminaría concluyendo que el lenguaje es una forma pragmática de hacer las cosas en común, una forma de vida compartida.

La idea de que pueda haber un argumento para la vida proviene de los dramas existenciales, de los cruces con el inconsciente. Estas encrucijadas se imprimen en la memoria de una forma indeleble. El instante en el que nos encontramos con un cruce de caminos entre la realidad consciente y la realidad inconsciente, es equiparable al instante de peligro benjaminiano. Una especie de puerta a la locura, a la otra realidad, a la realidad de los hechos interiores, de los acontecimientos metafísicos. Y la comprensión de nuestra interioridad es necesaria para el autoconocimiento personal.

Todo lo que acaece en nuestro interior, sea en forma de suaves corrientes o en forma de explosiones destructivas, supone la erupción del magma que debemos enfriar para pensar con claridad. Así pues, conforme se va cristalizando el magma que sale a nuestra superficie, a nuestros sentidos, se va catalizando la ocasión de esculpirlo, de esculpirnos. Es por ello que profundizar es volver a la superficie, a los sentidos. O, lo que es lo mismo, profundizar es esculpir la roca ígnea que ha emanado de nuestro interior. Muchas personas tienen dos personalidades: una inocua, humanizada; y otra despiadada, arcaica. Y pocas personas combinan esta doble personalidad con la capacidad de ver a las personas y a las cosas como realmente son. Causa de que la sociedad margine, por ejemplo, a las personas con problemas de salud mental o, mejor dicho, a las personas con problemas educativos, con problemas cognitivos producidos por la educación.

Como es sabido, la sociedad occidental es una sociedad obsesivo-compulsiva que, para sentirse cómoda, constantemente quiere consumir; y, para sentirse poderosa y pseudorebelde, eventualmente quiere gastar sumas de dinero de manera impulsiva. En el inconsciente hay residuos que pertenecen a nuestra psiquis viviente. Es decir, los sueños constituyen la realidad de hecho de la cual debemos partir para nuestro autoconocimiento. En este sentido, para los ascetas como Carl Gustav Jung, el sueño es la pequeña puerta oculta que conduce a la parte más escondida e íntima del alma humana, comprendiendo el alma humana como aquello anterior a la consciencia del Yo. La consciencia divide, mas en los sueños accedemos a nuestras profundidades, a la sima donde estamos todavía en un estado indiferenciado de la naturaleza, allí donde formamos parte del todo y todos los hechos pueden rodearnos, atravesarnos y expulsarnos. El sueño es la unión y la mixtificación de todos los hechos de nuestra vida y nuestro pasado. El camino para tomar consciencia de uno mismo es la comprensión del sueño. A todas luces, la individualidad es una fantasía, porque nos construimos a nosotros mismos por medio de los otros, de la otredad, de lo extraño o, más concretamente, según la terminología freudiana, del Umheimlich, el surrealismo.

El término alemán heimlich significa hogareño, familiar. Por el contrario, el concepto de Umheimlichviene a referirse a aquello que, a expensas de sernos familiar, nos resulta ajeno, extraño. Esto es, la otredad: aquello que no sabemos de dónde procede. Y, desde luego, hay siempre algún rasgo de la personalidad de cualquier ser cercano que se nos escapa del entendimiento y que por ello nos inquieta, aunque no nos parezca una cosa alarmante. Aparte, conocer a los demás requiere también de la capacidad para interpretar los sueños. Porque en cada uno de nosotros hay un otro que no conocemos, que nos habla a través del sueño y que nos comunica una imagen distinta de la que tenemos de nosotros mismos.

Suele decirse que nuestra sociedad está enferma y que, por tanto, no es sano adaptarse del todo a ella. Muy probablemente esto sea así porque el inconsciente tiene también un poder destructor. Puesto que, para dar lugar o espacio a lo nuevo, ha de destruirse antes lo viejo. Como fuese, al expresar el imaginario de nuestro inconsciente, proyectamos sobre la materia nuestra interioridad, como vía para la superación de los conflictos existenciales. Pero, si no expresamos el imaginario del inconsciente, éste puede degenerarnos orgánica e intelectualmente, tanto personal como socialmente. Afirmo esto partiendo de que, por lo general, los problemas de salud física y psíquica están causados por conflictos emocionales y estos a su vez por carencias psicoafectivas. Y me aventuro a afirmar también que, si las personas supiesen qué hacer con su vida, si supiesen cómo esculpir el magma que emana de su interior, todo el sistema se vendría abajo porque las personas no enajenarían su vida. Es decir, si expresasen su interioridad, las personas no consumirían su tiempo en un trabajo ajeno, en un trabajo alienado.

Contrariamente, las personas trabajarían para su comunidad y para sí mismas. No trabajarían nunca para otros y comprenderían, además, que obedecer órdenes va en detrimento de su propia integridad física y moral. Obedecer órdenes estaría mal visto. Obedecer órdenes no se percibiría ni axiomatizaría como lo normal. De ser así, las personas explorarían el mundo juntas y no se dejarían absorber a diario por el trabajo. De ser así, las personas no permitirían que el trabajo se convirtiese en su cárcel, ni se conformarían con respuestas inadecuadas a las cuestiones de sus vidas. Básicamente, porque este conformismo a las respuestas inadecuadas es el origen social de su malestar individual. Básicamente, porque este conformismo es la causa de su neurosis.

La neurosis es la consecuencia del Orden del capital -trabajo, ahorro, propiedad. Es decir, es la secuela de una profundización en los comportamientos económicos establecidos y en su premisa para el éxito social -familia, escuela, educación. La neurosis es el trastorno más extendido de la resignación. La neurosis es el germen más infeccioso del hecho de estar en desacuerdo con uno mismo.

Joaquín Regadera (Cineasta)

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