Por Enrique Martínez Fernández

Ya no se la veces que he contado esto…

…pero lo voy a contar otra vez.

Si he decidido volver a hacerlo es porque creo que la forma de contarlo importa mucho. El cómo se cuenta. Y por eso estoy hoy aquí.

Es cierto que en mi vida me ha tocado sufrir mucho no, muchísimo. Y quién no ha sufrido en esta vida…

Yo quería diferenciar dos tipos de sufrimiento. Los dos tipos de sufrimiento que más me han impactado. Hablo de sufrimiento personal. Del sufrimiento que se provoca en uno mismo. No del que se provoca en los demás y nos afecta… no hablo de la muerte. Hablo de la vida. Del sufrimiento de la vida. Y bueno…

Como he contado tantas veces… yo tuve un accidente de tráfico circulando en ciclomotor. Y no voy a contar como sucedió, pero fue un accidente duro. De los que sales vivo de milagro. Si, de los que sales vivo de milagro…

Además de tener el cuerpo magullado, tuve politraumatismo craneoencefálico y fractura craneal. Y bueno, pasé un tiempo en el hospital, y volví a la vida. A la rutina.

Parecía que ya había sufrido bastante a la edad de 16 años, pero no. No os podéis imaginar el dolor que es ese. Ese dolor físico.

Y luego quería diferenciar el dolor psicológico, sí. A la edad de veinte años se me practica por primera vez una terapia llamada electroshock. Para los que no la conozcáis se trata de descargas eléctricas aplicadas en el cerebro. Y no es un cosquilleo.

Se me trata por primera vez en la planta de psiquiatría. Y se me trata mal no, peor. Paso alrededor de un mes hospitalizado, atado en la cama. Y sólo se me desataba para practicarme esta terapia. Fueron solamente seis veces. Pero seis veces se repitieron a los veintiuno, seis veces más a los veintidós, y cinco veces más a los veintitrés. Ya van por veintitrés veces las que se me han practicado electroshock. Y bueno. No se acabó la vida. La vida continuó. Pero cómo continuó la vida…

Pues empecé a escribir. Empecé a desahogar en el papel aquello que me había sucedido, empecé a desahogar en el papel mi vida. Mis traumas. Mi desolación. Así a la edad de veinticuatro había escrito mi primer libro titulado Dunbi: diario de un bipolar. La vida continuó. Y parecía que todo iba a mejorar. Ya no tenía esas ideas de suicidio tan pronunciadas. Ya no tenía tantos pensamientos de fracaso. Ya no tenía por qué seguir llorando, aunque lo hacía. Había encontrado un nuevo porqué a mi vida. Había encontrado en la escritura mi nuevo porqué. Y si, a día de hoy me acompaña. No sé dónde estaría si no hubiera empezado a escribir. Aquí seguro que no. Y bueno…

Lo que os quería decir. Es que no importa lo que hayas sufrido en la vida. No importa si has tenido que dejar los estudios de tu vida, el trabajo de tu vida, el proyecto de tu vida… a medio. Y no puedes volver a recuperarlo. Lo que quiero decir es que siempre hay un motivo por el cual volver a levantar. Por el que volver a construir. Siempre hay un motivo por el cual empezar de nuevo. Porque siempre va a merecer la pena volver a empezar de nuevo.

Siempre va a merecer la pena volver a empezar de nuevo.

Abrir WhatsApp