Como vimos en el artículo anterior sobre asertividad, entre los estilos de comunicación está el pasivo, con el cual las personas permiten que se dejen a un lado sus derechos y necesidades y que otros puedan decidir por ellos, reprimiendo sus opiniones y emociones para evitar posibles conflictos y/o ser rechazados.

La necesidad de ser complacientes es muy común y, aunque esta inclinación a ser siempre amables aparentemente resulta inofensiva, puede generar síntomas físicos y emocionales, ya que se anteponen de manera sistemática los deseos y necesidades de los demás descuidando los propios.

La complacencia suele desarrollarse en personas que han crecido en familias en las que, el amor y la aprobación o valoración de la persona no eran comunes, y el sentimiento de rechazo y/o abandono era habitual. Además, sus entornos les transmitieron creencias irracionales sobre cómo debemos actuar con los demás y que podemos esperar de ellos, en las que se asocian el ser agradable con los demás y el éxito en la vida y en las relaciones, como la idea de que, si son amables, no tendrán ningún conflicto ni los rechazarán.

Las personas complacientes toman como una imposición propia el intentar agradar a los demás por el miedo al conflicto o que se enfaden con ellas, por lo que la complacencia es utilizada como un mecanismo de defensa; y esta auto-exigencia está basada en creencias irracionales que aprendieron desde pequeñas.

La evitación de las emociones negativas hace que el ser amables se convierta en una compulsión con la que anticipan y anteponen las necesidades de los demás a las propias y no saben decir que no a las peticiones que les hacen. Esta ansía por la aprobación de todos, es como una adicción, que a largo plazo causa el debilitamiento psicológico de la persona. Las personas complacientes no expresan y reprimen sus emociones negativas, lo que se transforma en rabia y remordimiento silenciado, por lo que terminan haciéndose daño a sí mismos y a los que quieren complacer.

Desde pequeños aprendemos que siendo complacientes podemos encajar con mayor facilidad en nuestra familia, en los grupos de amigos y en la sociedad en general. Para encajar o sentir el amor o la aceptación de los otros, las personas complacientes afianzan su identidad empleando el rol de la abnegación, sacrificando su propia identidad, disolviéndose en exigencias ajenas. Además, aprenden a validar su identidad únicamente a través de la aprobación externa.

Por miedo a no tener la aceptación, el afecto y el reconocimiento de las personas de su entorno, no se muestran espontáneos ni tal como son por lo que pierden autenticidad y reprimen su autorrealización. Si se mantiene este comportamiento de manera rígida en todas las situaciones, la complacencia pasa a ser disfuncional y limitante para la percepción de las propias necesidades, la expresión emocional y el desarrollo personal y autónomo.

Las creencias irracionales de las personas complacientes suelen ser exigencias autoimpuestas que incluyen el término “debería”, como, por ejemplo: “debería ser amable con todos para que no me rechacen”; y, cuando la persona complaciente se siente rechazada, piensa: “no he sido lo suficientemente amable”.

 

Braiker (2001), formuló los pensamientos irracionales, absolutistas y exigentes, típicos de las personas complacientes:

  • Siempre debería hacer lo que quieren, esperan o necesitan los demás.
  • Debería atender a todos los que me rodean independientemente de que me pidan que los ayude.
  • Debería escuchar en todo momento los problemas de todo el mundo e intentar resolverlos.
  • Debería ser siempre amable y no herir los sentimientos de los demás.
  • Siempre debería dar prioridad a los demás.
  • Nunca debería decir “no” a nadie que me necesite o que me pida algo.
  • Siempre debería sentirme feliz y optimista y jamás mostrar ningún sentimiento negativo.
  • Debería intentar complacer a los demás y hacerlos felices en toda ocasión.
  • No debería agobiar a los demás con mis necesidades o problemas.

 

Por otro lado, el tener estas creencias irracionales y actuar conforme a ellas, también hace que las personas complacientes esperen determinadas conductas o actitudes de los demás y que, ante la ausencia de las mismas, aparezcan emociones negativas, como decepción, frustración o ira, las cuales reprimen. Braiker (2001) definió los “debería” perjudiciales que se esperan de los demás:

  • Los demás deberían apreciarme y quererme por todo lo que hago por ellas.
  • Los demás deberían aprobar lo que hago, porque me esfuerzo por complacerlas.
  • Los demás jamás deberían rechazarme ni criticarme, porque siempre intento vivir pendiente de sus deseos y expectativas.
  • Los demás deberían ser amables y cuidadosas conmigo a cambio de lo bien que yo las trato.
  • Las otras personas jamás deberían herirme ni tratarme injustamente, porque yo soy muy amable con ellos.
  • Los demás nunca deberían abandonarme, porque me necesitan por todo lo que hago por ellas.
  • Los demás jamás deberían enfadarse conmigo, porque haría cualquier cosa por evitar conflictos, enfados o enfrentamientos con ellas.

Estos pensamientos generan dependencia y sumisión, lo que dificulta el desarrollo personal y puede dar lugar a depresión. Además, los demás se pueden aprovechar y explotar a las personas complacientes según les plazca.

Por lo tanto, es importante que no seamos negligentes con nuestras necesidades, que entendamos que no podemos gustarles a todos, incluso aun siendo muy agradables nos pueden rechazar; que no tengamos miedo a ser nosotros mismos, ni a ser castigados o rechazados por ser congruentes con nosotros mismos, ni a sentirnos culpables por decir que –no-; porque así, podremos distinguir quién está cerca de nosotros por lo que damos (interés) o por lo que somos (afecto).

 

Beatriz Regadera Martínez

Psicóloga General Sanitaria con máster en estudios de género.

Nº Col: M- 34783

 

Referencias:

Carrión Marín, O. & Sifuentes Villanueva, B. (2017). Síndrome de Complacencia en estudios universitarios de Psicología. Revista Peruana de Psicología y Trabajo Social. 6 (2): 13- 27.

Braiker Harriet B. (2001). La enfermedad de complacer a los demás. EDAF.S.A. Madrid. España.

Messana, C. (2009). “Sí, sí, sí…y otra vez sí”. El comportamiento por complaciencia. Tredimensioni, 6: 268-274.

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