Por Joaquín R. Martínez

No suelo ver las películas en el mismo año de su estreno. Sin embargo, todos los años acometo varias excepciones. Así lo fueron los tres filmes en los que he visto actuar a Elliot Page -Hard Candy, Juno e Inception. Elliot Page acaba de declararse persona trans y ha pedido públicamente que dejemos de llamarlo Ellen y pasemos a llamarlo Elliot, nombre que considero acertado por contener el pasado del que proviene: Ell.

Basándose en la noción de “tanatopolítica” de Michel Foucault, el teórico poscolonial e historiador camerunés Achille Mbmbe inventó el término necropolítica para designar el poder de decidir quién puede existir y quién no. El sujeto necropolítco se trata del sujeto confundido todavía con el “humano universal”, el mismo que enuncia los lenguajes e instituciones de la modernidad colonial. La modernidad colonial es aquella en la que se coloniza el cuerpo del otro. Por ejemplo, poniéndole pendientes a los bebés para marcar en el lenguaje, en el cómo nos leen en la calle, un género y sexo asignado al nacer, una jaula que no reconoce su estatuto de jaula. Una moral de esclavitud, de sacrificio o, más concretamente, de sacrificio del hijo, como lo es el cristianismo: sacrificar las posibilidades del presente por un bien mayor. Foucault se inspiró en Friedrich Nietzsche, quien vio en la moral del esclavo y del sacrificio la decadencia de Occidente, señalando el inicio de la decadencia en el inicio del platonismo, una línea de pensamiento que cree que los conceptos y los paradigmas son inmutables.

Elliot Page, si quisiese ser reconocido como un varón de verdad, tendría que mimetizarse en el paisaje de la masculinidad, sin revelar su pasado. Sin embargo, su historia sigue inscrita en su nombre propio, con sólo una acertada mutación de su nombre de pila bautismal. Elliot se hizo actor para sobrevivir a la domesticación de su potencia vital. Elliot ha interpretado decenas de papeles. Ha sido decenas de personajes y se ha declarado persona trans sin dejar nunca de trabajar, sin entrar nunca en la psicosis. Ni bella, ni víctima. Su estrategia feminista. Rompió la norma para encontrar una salida. Sin la violencia y arrogancia de otros varones, Elliot ha avanzado, escapando de la parodia de la diferencia sexual. Una puesta en escena liberada del ritual farmacológico. De nuevo, una vía de escape liberada de la domesticación psiquiátrica. Elliot no ha elegido la libertad, la ha fabricado: ha aprendido a caminar; a mirar y a sostener la mirada frente a otros varones de identidad rígida e inmutable, esclerotizada.

Elliot Page

Cuando era niño, Elliot Page no deseaba ser varón. Tampoco en la actualidad sabe lo que es serlo. Elliot no lo supone, lo experimenta, prefiriendo su fetichismo, su desviación de escape, su descolonización, desidentificación y desbinarización. Ha preferido todo esto a un vaso de agua en el desierto político y, con ello, ha demostrado la falacia que subyace a todas las identificaciones de género. El complejo laberinto de huellas de su vida pasada hace imposible decir que ha sido mujer durante treinta y tres años para convertirse ahora en varón. Porque no es un viaje unidireccional sino el vaivén aleatorio e impredecible de una liebre. No hay una frontera, un cuerpo, un hogar o una patria. No hay un cruce. Lo que hay es una gran imaginación de inmensa riqueza. Una potencia de vida. Mundos más allá de la ontología binaria. No se trata de mimetismo, de ser algo, de imitar otra cosa. La persona trans es un camaleón en el arcoiris. Elliot ha transformado su actuación en química. Y no es un héroe por ello. Lo heroico es su deseo de cambiar. La fuerza de su show biopolítico. La belleza de su metamorfosis. El goce de su hazaña. Transitar unas veces por deseo y otras por necesidad. Convertirse hoy y volver mañana a ser ayer. Estar vivo es experimentar cambios. Existir es salir de la jaula de la diferencia sexual. Escapar de un régimen forjado junto con la taxonomía racial en el momento de expansión mercantil y colonial de Europa, con base en el modelo de mayor rendimiento reproductivo para el crecimiento demográfico: el orden político y económico del patriarcado heterocolonial. El gobierno de los padres sobre la identidad de sus hijos. La globalización del poder sobre la forma de vida de las sociedades.

Estableciendo una forma jerárquica de experimentar la realidad, la epistemología es un sistema histórico de representación, un conjunto de convenciones, discursos e instituciones que determinan el orden político: qué existe y qué no, qué es verdadero y qué es falso. Por otro lado, un paradigma es la práctica que permite que surjan nuevos hechos. Un camino que conduce a un sitio experimental. Una pista de aterrizaje sin la que los hechos no podrían tomar tierra. Los paradigmas son compromisos socialmente aceptados e incuestionables que sirven para resolver problemas. En ellos reina la coherencia, la paz y el acuerdo. Pero no son inmutables, como pensaría el platonismo. Por el contrario, la epistemología se encarga de aceptar paradigmas hasta que estos generan más problemas de los que resuelven y, por ende, se vuelven obsoletos, dañinos.

La epistemología de la diferencia sexual es un paradigma cultural, científico-técnico e histórico que está sujeto a crisis y a cambios desde que existe. No ha sido siempre que los varones producían y las mujeres reproducían. Aunque el modelo de la diferencia sexual ha intentado emerger en varios momentos, no emergió del todo hasta los procesos de emancipación política del cuerpo femenino en el siglo XVIII, sirviendo para apuntalar la ontología política del patriarcado al establecer diferencias naturales entre varones y mujeres basadas en capacidades reproductivas. La diferencia sexual y racial cristalizó a finales del XIX, cuando aparecieron también las nociones de heterosexualidad y homosexualidad entendidas respectivamente como normalidad y como patología, que no tienen ningún significado fuera de una epistemología de la diferencia sexual. El paradigma de la diferencia sexual se trata de un sentimiento de identidad inoculado con una explicación patriarco-colonial dada a los sueños, formando un núcleo de identidad basado en la autoficción y regulado por relatos normativos. La heterosexualidad es un régimen político que reduce el cuerpo y la psique a su potencial reproductivo. Y, al atribuir a Edipo un supuesto deseo incestuoso, la dominación masculina se transforma en la ley psíquica ritual social de violación y abuso infantil que subyace en la cultura patriarco-colonial del cristianismo o sacrificio del hijo.

El sujeto patriarco-colonial moderno utiliza la mayor parte de su energía psíquica para producir su identidad normativa. Esto le causa angustia, violencia, obsesión, disociación, depresión y repetición. La solución es un proceso de despatriarcalización y descolonización del cuerpo y del aparato psíquico, que pasa por denunciar al paradigma de la diferencia sexual y a la razón colonial dominante en Occidente, es decir, por denunciar al epistemicidio: la destrucción a manos de la epistemología colonial de toda forma de saber no-binario y no-occidental. El epistemicidio empieza por la patologización y la estigmatización, considerando a los no-binarios de enfermos y a los no-occidentales de subalternos. Y con Elliot Page surgirá otra vez la morbosa e insistente pregunta: ¿trans operado o trans no operado? Pues es probable que Elliot sí esté operado y se haya extirpado en largas sesiones políticas el dispositivo epistémico que lo diagnosticaría como patológico, con cuidado y paciencia -a su entender. Se trata de no confundir el órgano con el significante, con la sexuación que nos divide, con el criterio social y político.

Ha habido y sigue habiendo culturas -Samoa en el Pacífico, las de los primeros pueblos de América, la tailandesa tradicional- que utilizan taxonomías sexuales y de género no binarias, más fluidas y complejas que la moderna taxonomía occidental globalizada por el proceso de expansión del capitalismo colonial. La taxonomía binaria con la que trabajan las instituciones sociales y políticas en Occidente es arbitraria y no natural. En EEUU nacen seis bebés intersexuales al día. De los cuales la mayoría reclaman identificarse como no-binarios. EEUU, Argentina y Australia reconocen el género no-binario como una posibilidad política. Le eminente filósofe Judith Butler se ha inscrito como persona de género no-binario en el registro civil del estado de California. Alemania reconoce el tercer sexo o sexo 0. Holanda ha eliminado las inscripciones masculino y femenino de los documentos de identidad. Lo trans y no-binario ponen en crisis las categorías de heterosexualidad y homosexualidad. Categorías cada vez más obsoletas. La clave está en una nueva epistemología que amplíe el horizonte democrático y sea capaz de reconocer como sujetos políticos soberanos a todo un conjunto de cuerpos que hasta ahora habían sido marcados como subalternos. Pues sólo en la transformación se sobrevive.

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