Por Nieves M. Hidalgo

La adolescencia es una etapa de cambios físicos, emocionales, cognitivos y conductuales. Para los y las adolescentes supone una aventura en la que se pueden correr riesgos cuando se asume una actitud proactiva, pero también cuando se adopta una postura pasiva, de «simple» espectador que ve pasar la realidad ante sus ojos sin participar.

Cuando los y las adolescentes llegan a este período de incertidumbre, saben que deben cruzar un puente poco o nada iluminado si quieren ser mayores y alcanzar la adultez. ¿Pero, cómo es ese puente? ¿Y qué hay al otro lado del puente? El vértigo les invade y lo camuflan sintiéndose aceptados en un grupo de amigos. Este sentimiento de pertenencia les permite caminar sobre las ascuas de una inseguridad que les invade, incluso ante sus propios colegas.

Los y las adolescentes se sienten incomprendidos, solos, muchos de ellos aislados, abandonados a su suerte entre las cuatro paredes de su dormitorio. No se ven capaces de  incluirse en ningún grupo, piensan que no encajan, se ven diferentes al resto de sus compañeros, creen que no van a comprenderles ni a aceptarles en su grupo. Cuando esto sucede, es importante que, al menos en casa, el ambiente sea  cordial y de aceptación, aunque el hijo o la hija adolescente «no hagan méritos para ello». Es un momento crítico para ellos, en el que se trata de romper, alargar o flexibilizar un poco más el cordón umbilical que les une a sus progenitores.

Cantante adolescente, Billie Eilish

Padres y madres podemos colaborar generando espacios de diálogo y encuentro sereno, anticipándonos para no entrar en peleas o enfrentamientos que no conducen a nada, salvo a mantener un pulso para ver quién lleva razón. Es importante, que nuestros hijos e hijas adolescentes, que, por supuesto, necesitan que confiemos en ellos y les valoremos en positivo para iniciar el ritual del encuentro con sus iguales en el mundo social sin nuestra protección, sepan también que nos tienen para apoyarles o aconsejarles en el momento en que lo necesiten.

Por otro lado, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 1 de cada 5 adolescentes tiene problemas de salud mental (trastorno psicótico, de ansiedad, depresivo, TOC, entre otros) y una gran parte de ellos no se atreve a pedir ayuda profesional por miedo al rechazo de sus compañeros. Piensan que ir al psicólogo/a va asociado a estar «loco», ser un chico/a «débil», o «inmaduro/a» y no quieren ni ellos mismos ni muchas veces sus padres que profesores, amigos o familiares le pongan a su hijo/a dichas etiquetas. Saben que sufrirán los efectos derivados de estos estereotipos y prejuicios y que podrán resultar discriminados.

Es importante, por tanto, estar alerta a las señales que pueden sugerir que los cambios observados (problemas de sueño, alimentación, apatía, disminución del rendimiento escolar o aislamiento social, entre otros) no son derivados de la inestabilidad emocional propia de la adolescencia, sino que pueden estar indicando la presencia de un malestar psíquico intenso y la necesidad de solicitar ayuda profesional (médico de familia, psicóloga/o).

En el programa #LaÚltimaNoche de Onda Regional hablamos sobre este tema con la periodista Marta Morenilla. Podéis escuchar el programa aquí.

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