¡Hola Nieves! No sé si te acuerdas de mí, han pasado muchos años desde que dejé de ir a consulta. Espero que sí, yo te recuerdo con cariño. El otro día, a raíz de la noticia de Verónica Forqué, tuve una conversación con mi madre. Me comentó, entre lágrimas, que fuiste tú quien les dio a ellos la voz de alarma, y solo puedo agradecértelo. H.M.

Hace unos días recibía sorprendida este mensaje privado por Messenger. Una grata sorpresa me llegaba de manos de una antigua paciente que estuvo en terapia hace unos años, cuando era adolescente.

La noticia del suicidio de una actriz, de tanto prestigio y tan estimada por gran parte del público español como Verónica Forqué, ha calado hondo en la mente de personas que han pasado o están pasando por una depresión. Las personas tendemos a identificarnos con otras que atraviesan por circunstancias similares a las nuestras. En este caso, la identificación produce un gran dolor y un miedo intenso a llegar a cometer suicidio. Esto, naturalmente no tiene por qué ser así. Para llegar a una decisión de tal calibre, la depresión, por  sí sola, no puede ser considerada como causa directa. Las circunstancias que rodean la vida de esta persona, su historia, sus relaciones sociales, familiares, sus sentimientos de autorrealización, su propósito y sentido vital también cuentan. Sin duda, es determinante, y un factor protector y preventivo, el poder hablar sobre las ideas suicidas, poder ser escuchado sin ser juzgado, sentirse acompañado, comprendido.

En estas fechas, en las que se exalta el valor de la familia y de la amistad, la soledad no deseada y los sentimientos de abandono y alienación derivados de dicha situación se intensifican. La presión social para cumplir las expectativas establecidas de altos niveles de consumo, felicidad, amor y paz, genera, en ocasiones, tensión y ansiedad. Factores como las tensiones familiares, la pérdida de un ser querido que ya no acudirá a las celebraciones navideñas, las dificultades económicas, el desempleo, tener una enfermedad física o mental, la soledad, la ausencia de la familia, pueden empeorar el estado de ánimo y/o elevar el nivel de ansiedad.

Además, éste es el segundo año en el que contamos con las medidas sanitarias y las consecuencias socioeconómicas generadas por la pandemia: duelos incompletos al no poder despedir en condiciones a un ser querido, pérdida de empleo y/o negocio y de los ingresos económicos habituales, aumento de la soledad, de la ansiedad y la depresión, incremento de los trastornos de la conducta alimentaria por el confinamiento y la incertidumbre acerca de cuándo volverá todo a la «normalidad» de los besos, las risas, los abrazos. Todos estos factores dificultan el hecho de que parte de la población pueda disfrutar de unas fiestas navideñas o de fin de año del modo estipulado a nivel social.

Sin embargo, según los estudios consultados, no parece existir una relación entre estas fechas y el aumento de la tasa de conductas suicidas. Sí se ha detectado una descompensación en el estado anímico tras las fiestas de fin de año, hecho que pone de manifiesto la necesidad de tomar medidas de prevención en colectivos vulnerables: las personas mayores, las personas sin hogar, los adolescentes, las personas migrantes, en definitiva, aquellas personas que están sufriendo por haber sido rechazadas, discriminadas o aisladas escolar, laboral o socialmente.

Si necesitas hablar sobre tus ideas suicidas o conoces a alguna persona que se encuentre en esta situación recuerda que, además de buscar el apoyo familiar o social, existen servicios sanitarios, de urgencias y recursos comunitarios para ayudar y mejorar la salud emocional de quienes atraviesan situaciones de este tipo. El Teléfono de la Esperanza es uno de ellos (976 232 828 – 717 003 717), otro más corto el 024, que el Gobierno ha designado hace tan solo unos días para la atención a personas con pensamientos o conductas suicidas. Se trata de una línea de alcance nacional, anónimo, gratuito, confidencial y accesible.

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