El adolescente, como un héroe sin leyenda avanza, a ciegas y sin brújula hacia un futuro incierto. En esta etapa de la vida son muchos los conflictos que surgen, entre ellos, el más importante, sin duda, el generado por su dependencia y sus intensos deseos de independencia. El adolescente se encuentra ante el reto de querer hacerse mayor siendo todavía un niño. En este conflicto, el/los adultos, padres, profesores e incluso instituciones son vistos como amenazas en su carrera hacia el logro de la independencia.  

Surgen entonces varias crisis, las de oposición y las de originalidad. Los adolescentes rompen con lo establecido, con las tradiciones, con los valores que representan aquellos a los que amaban y, en estos momentos, se enfrentan. Su originalidad para ser o mostrarse diferentes a los demás, para marcar un punto y aparte con su yo infantil, para distanciarse de su relación materna y paterna, no tiene límites.  

Tanto las crisis de oposición como las de originalidad darán paso a una personalidad sólida con la que el adolescente -de forma paradójica- podrá superar ese miedo a mostrarse débil y humano; podrá afrontar ese miedo a la incertidumbre del camino a elegir, del proyecto a trazar, ese miedo a errar, a tener que arrepentirse de cierta toma de decisiones, a que no haya vuelta atrás.  

La agresividad del adolescente es un mecanismo de defensa ante la tensión que surge a nivel interno entre el sentimiento de su propia debilidad y sus intensos deseos de independencia. Para proteger ese nuevo ser que verá la luz, una vez atravesado el túnel de la adolescencia, el chico o la chica atacan y atacan, en especial, a las personas de su entorno que perciben con una personalidad más potente. Es un duelo a muerte. Los padres, y en especial, las madres, sienten que sus hijos desean acabar con ellas, no literalmente, claro, pero sí en la esencia de lo que ello significa, es decir, dar paso a una nueva vida, a una nueva relación. Los adolescentes necesitan romper esa imagen especular de los niños que un día fueron y todavía son y que les transmiten sus padres con sus comentarios, con sus miradas, con sus gestos.

El adolescente odia porque tiene miedo de amar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El adolescente juega a odiar porque teme amar y ser amado. Percibe el amor como dependencia y pérdida de libertad. El adolescente es un héroe sin leyenda que ante el abismo que se abre a sus pies, se arma de valor. El terror le hace apretar los dientes y si entras en su perímetro de seguridad se abalanzará sobre ti como una máquina demoledora que te dejará exhausto y estupefacto. El adolescente ataca a aquel que percibe como amenaza a su independencia. Sus sentimientos de debilidad le ‘endurecen’ de tal modo que llega a ser cruel, casi sin pretenderlo. La agresividad, el cinismo, las mentiras, las pseudotreguas, ese maltrato directo o sutil a los padres y, en especial, a las madres, es tan solo una demostración de miedo, debilidad, dependencia e inmadurez. Los y las adolescentes luchan por salir de ese círculo en el que se hallan atrapados. El combate con ellos mismos y con su entorno es duro, largo, a veces, demasiado largo. El o la adolescente exige una independencia afilada que corta con cualquier intento de acercamiento paterno o materno. Los padres, agotados todos los recursos a su alcance, sufren al ver que no pueden ayudar a sus hijos. El camino hacia la madurez es un camino que hay que hacer al margen de los padres, lejos de su sombra. 

Mª Nieves Martínez Hidalgo

Psicóloga Clínica / Psicoterapeuta Acreditada – https://nievesmhidalgo.com

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